La contrversia en torno a la figura del migrante sigue prevaleciendo a pesar de la lucha incesante que se libra en favor de la defensa de sus derechos humanos en todas partes. La realidad es que la persona migrante es una persona como todas, que se encuentra en busca de mejores condiciones de vida, cuyos derechos deben ser respetados, aún frente al estigma asignado por otros por un externo a las comunidades.
El desprecio a los extranjeros, por lo general en situación de riesgo y diferentes, nace de una profunda desestimación de la vulnerabilidad en la cual casi todas las personas estamos inmersas en medio de una crisis global sin precedentes y, quizás, del desconocimiento de muchos de su propia condición de potenciales emigrantes en el corto o mediano plazo.
El cambio climático, la violencia, la búsqueda de oportunidades laborales y, por mucho, el impacto de la globalización, así como la reunificación familiar, la mejora de la calidad de vida y la oferta de estudios en educación superior de otros estados, son apenas algunos de los factores que empujan a contingentes humanos a procurar acomodo en otras regiones o países a despecho de los muros de contención, leyes y dispositivos para la exclusión, la creación de zonas especiales en ciudades y la marginación.
Las expresiones de rechazo, las agresiones directas, la estigmatización y otras formas de irrespeto a las personas en condición de migrantes, poco detienen lo que constituye un fenómeno de dimensiones globales a pesar de los radicalismos y de las manifestaciones xenófobas.
“Migrar es un derecho de todos los seres humanos”, es un slogan que se repite hasta el cansancio, aunque la segregación continúe camuflándose de múltiples maneras en este mundo. Casos como el de Open Arms (Italia, 2013) o el crimen contra Natividad Camba (Costa Rica, 2005) despertaron las alertas contra una práctica ajena de los más elementales códigos humanitarios y que pretende apartar a otros por considerarlos inferiores, inconvenientes o peligrosos.
Algunos psicólogos aseguran que, si la relación con lo diferente está permeada en un principio de un sentimiento hostil contra lo ajeno, después puede trocarse en sentimientos de hermandad, solidaridad y de interés social. Esa visión sigue despertando la controversia, pero a estas alturas pocos niegan la necesidad de aceptar las diferencias, superar los odios y el malestar social que los alimentan, y amparar a quienes marchan en busca de otras oportunidades sin atentar contra las poblaciones a su paso.
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