Hay personas que se pasan la vida pensando más en los demás que en sí mismos. Personas extremadamente empáticas y solidarias, cuya vocación consiste en ayudar a otros. De hecho, muchos profesionalizan esta pulsión innata con la que nacieron, convirtiéndose en médicos, enfermeros, psicólogos, asistentes sociales o voluntarios al servicio de alguna causa humanitaria. En este artículo podrás conocer el posible trasfondo que tiene esta necesidad excesiva de apoyar a los demás. 

En su ámbito familiar y social, por ejemplo, suelen convertirse en la persona de referencia a la que el resto de amigos acuden cuando padecen algún contratiempo, problema o penuria. Son los primeros en ir al hospital cuando alguien que conocen acaba de ser operado, sufre una enfermedad o ha tenido un accidente. Sin embargo, este comportamiento aparentemente impecable puede albergar un lado oscuro. Tarde o temprano llega un punto en que su compulsión por ayudar puede tener efectos negativos.

Dentro de este “club de buenas personas” hay quienes dan desde la abundancia y quienes, por el contrario, lo hacen desde la escasez. Es decir, quienes dan por el placer de dar y quienes, por el contrario, lo hacen con la esperanza de recibir.

Muchos se fuerzan a hacer el bien, siguiendo los dictados de una especie de intuición que les recuerda que ocuparse de sí mismos, de sus propias necesidades, es “un acto egoísta”. Movidos por este tipo de creencias, suelen ofrecer compulsivamente su ayuda, atrayendo a su vida a personas necesitadas e incapaces de valerse por sí mismas.

Al posicionarse como salvadores, consideran que los demás no podrían sobrevivir ni prosperar sin su ayuda. De ahí que tiendan a interferir en los asuntos de sus conocidos, ofreciéndoles consejos, aun cuando nadie les haya preguntado. Sin ser conscientes de ello, pecan de soberbia, posicionándose por encima de quienes ayudan, creyendo que saben mejor que ellos lo que necesitan. Paradójicamente, su orgullo les impide reconocer sus propias necesidades y pedir auxilio cuando lo requieren.

Detrás de su personalidad inclinada a agradar siempre, bondadosa y servicial, pueda que se esconda una dolorosa herida: la falta de amor hacia sí mismos. Un sentimiento que buscan desesperadamente entre quienes ayudan, volviéndose individuos muy dependientes emocionalmente. Esta es la razón por la que con el tiempo aflora su oscuridad en forma de reproches, sintiéndose dolidos y tristes por no recibir afecto y agradecimiento a cambio de los servicios prestados. En algunos casos extremos terminan estallando agresivamente, echando en cara todo lo que han hecho por los demás. También utilizan el chantaje emocional, el victimismo o la manipulación para hacer sentir culpables a quienes han ayudado, esperando así obtener el amor que creen que merecen y necesitan para sentirse bien consigo mismos. 

“Si das para recibir, es cuestión de tiempo que acabes echando en cara lo que has dado por no recibir lo que esperabas”

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Fuentes: 

De Salud Psicólogos: ¿Personalidad generosa o dependiente?

Ana Aizpún Psicología: Codependencia: ¿Estás siendo generoso o codependiente?