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Desapego Sano

Emprender el camino de la migración implica un ejercicio forzado de desapego de todo aquello que formó parte de la vida en el país de origen, de manera particular, de familia y amigos. A veces, incluso, toca alejarse de lo que más se quiere: los hijos, la madre o un buen amor.

El sentimiento de tristeza que ello puede provocar es considerable y, aunque mantener una comunicación constante con estos puede aliviar las nostalgias y favorecer el reacomodo a la nueva realidad, el desafío tiende a ser mucho mayor en la medida en que las circunstancias se complican por uno u otro factor.

De acuerdo con la fundadora de CENTRUM Psicólogos, Francesca Román, “desapego y apego hacen referencia a la capacidad que tenemos los seres humanos para vincularnos y desvincularnos con otras personas, lugares o cosas”. El apego, en específico, es parte intrínseca del ser humano desde el primer minuto de vida y tiene sus orígenes en la atadura que supone el cordón umbilical por el cual el bebé está ligado a la madre desde el período de gestación en el vientre de esta.

Absolutamente todas las personas tienen cierta predisposición a vincularse de manera afectiva y hasta a sentir cariño por uno u otro ser, en menor o mayor grado, independientemente de los niveles de parentesco. Y esto es lo que contribuye a satisfacer una de las necesidades básicas de los humanos: amar y sentirse amado.

En tanto, el desapego es todo lo contrario al vínculo y contempla la separación o distancia de aquella persona o cosas por las cuales se siente un afecto especial. De ahí que desapegarse no sea cosa fácil y casi siempre conlleve una cuota de malestar o dolor que puede considerarse parte de un proceso de duelo.

El meollo de la cuestión radica en aprender a sostener relaciones de forma saludable, guardando la distancia y límites más oportunos, capacidad que puede estar lastrada desde la infancia. La clave de un buen desapego emocional está en aceptar los cambios permanentes de las personas y de las cosas, en no obsesionarse por estas, en dejarlas ir si corresponde, en valorar todas las experiencias y en comprender que la vida es hoy, sin rumiar el pasado y sin miedo al futuro.

“Aceptar lo que vaya a ocurrir es la mejor opción cuando lo que deseo o espero escapa a mi control o ya no depende de mí. La regla es como sigue: si algo depende de ti y vale la pena, lucha, resiste y aguanta hasta donde seas capaz, pero si escapa a tu control y nada puedes hacer al respecto, no persigas ciegamente un imposible: deja que el destino, Dios o lo que sea se hagan cargo del asunto. Aceptar lo peor que pueda ocurrir no es negar el poder de decisión que tienes, sino marcar sus límites y humanizarlo”, afirma el psicólogo y escritor Walter Riso.

 
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